2084

viernes, 22 de octubre de 2010

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Era un día gris y fresco de abril y los relojes marcaban las catorce. El vestuario se despejaba de a poco y sólo se escuchaba el ruido que provenía de las tribunas. Un miembro de la AFA ya había dado las indicaciones de cómo se iba a desarrollar el partido. Los titulares, los movimientos que tenía que hacer cada uno, todo estaba pautado y, por supuesto, todos estaban de acuerdo con eso. Todos estaban de acuerdo con todo lo que la AFA imponía, incluso los fanáticos.

La telepantalla se había apagado y el vestuario, finalmente, quedó desolado. Aquel lugar olía a abandono, a ruinas. Mientras Winston Smith caminaba por el pasillo hacia la salida al campo de juego vio seis cuadros diferentes, todos con la cara de Julio Grondona. “EL GRAN JEFE TE VIGILA”, decían las pinturas.

Winston tenía 29 años, aunque parecía de varios más. Era pálido y de cuerpo frágil. De pelo negro - aunque con varias canas- al igual que sus ojos.  Su aspecto no era bueno: tenía la barba afeitada a medias y la piel seca. 

Avanzó por el pasillo hasta la entrada del túnel, el cual dirigía a los jugadores al campo de juego. Winston ya no le encontraba sentido a la manera en la cual estaba estructurado el fútbol. No sólo los resultados se sabían de antemano (aunque en realidad, según la AFA, no se sabían y por ende nadie los sabía), sino que también las jugadas estaban pactadas... los pases, la cantidad de laterales y corners. Todo era un libreto, todo era planeado, hasta los más mínimos detalles. 

Desde hacía varios meses que Winston tenía este pensamiento subversivo. Todo había empezado una cálida noche de febrero del año 2081, cuando él sin querer se había marcado un gol en contra. El disparo de un rival, el cual estaba pautado, pegó en el palo y luego, casualmente, rebotó en la cabeza de Winston e ingresó en su propia vaya. Por ese accidente, Winston fue suspendido y advertido, pero no fue castigado físicamente debido a que había sido un error. Para todas las personas, ese acto jamás había sucedido. Si la AFA decía que no había pasado, y, por lo tanto, no había registros de eso, entonces nunca había existido tal hecho.

Desde el momento en que el balón ingresó en su propio arco, Winston sintió una felicidad que jamás había experimentado. En ese momento, lo invadió un sentimiento de duda hacia la estructura de la AFA. ¿Por qué estaba mal lo que había hecho? ¿Siempre había estado así de arreglado el fútbol, como decía la AFA?

Tres años y dos meses después, Winston podía volver a jugar. Ya había pasado un largo período desde aquel incidente y la suspensión había llegado a su fin. Durante todo el lapso que había estado alejado de las canchas, había tenido pensamientos en contra de la AFA. Sabía que eso estaba mal y que ponía en riesgo su propia vida. Además de no poder confiar en nadie, tenía que disimular todos sus gestos debido a que éstos podían ser percibidos a través de las telepantallas. Winston sabía que había otras personas que pensaban como él, pero también sabía que nunca se enteraría quienes eran. Había escuchado que existía una secta que distribuía videos sobre Ángel Natalio Allegri, el máximo traidor para la AFA, aunque jamás había visto sus filmaciones.

Todavía no había comenzado el encuentro. Winston sabía que iba a ingresar a los 5 minutos de la etapa complementaria. Mientras se desarrollaba el juego, él no prestaba atención a lo que pasaba en el campo de juego: ya lo sabía. Lo que mantenía a su mente ocupada era lo que iba a suceder después. Llegó el primer gol y cinco minutos después el segundo, tal como les dijeron que debía suceder. No era nada nuevo. 

En el entretiempo, Winston realizó los trabajos precompetitivos y a los 5 minutos ingresó a la cancha. Había planeado ese momento desde hacía más de un año, pero no sabía si se animaría a llevarlo a cabo. En vez de pasar la pelota, comenzó a correr hacia su arco. La vista se le nubló mientras se acercaba a su área. El sudor frío corría por su frente. Winston no escuchaba nada. Siguió corriendo, ya no podía volver atrás. Sus piernas se movían por inercia, ya no controlaba sus movimientos. Sabía lo que le iba a suceder, pero eso no lo detuvo.

Durante siete años no se supo nada de él. Era como si Winston nunca hubiese existido. Se habían borrado todos los registros en los cuales alguna vez estuvo su nombre. 

Cuando regresó a las canchas, era completamente otra persona. Su físico estaba aún más desgastado que antes. Ya no tenía pelo y usaba una dentadura postiza. Su cuerpo tenía secuelas del maltrato que había recibido. Era irreconocible. Su mente también había mutado por completo: era un fiel seguidor de la AFA, y no sólo lo decía, sino que realmente lo creía. Ese partido, el de su vuelta, era el último del campeonato y Winston marcó el único gol, como estaba pactado. Él confiaba plenamente en la legitimidad del tanto. El proceso estaba cumplido: Winston volvía a creer en la AFA y, justamente por eso, cuando ya tenía la mente limpia, fue cuando nunca más se supo de él.

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